Moebiana74

Convocatoria

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Fotografía: Cuerpos danzantes de Carolina Gamaler

Enamorado de una fantasía

por Laura Skliar · lauraskliar@hotmail.com

“Mira, esto es increíble, no hay una ciudad igual en todo el mundo. ¿Te figuras lo super alucinante que es esta ciudad bajo la lluvia? Imagínatela en los años 20, con sus pintores y escritores, ¿te imaginas a los dos instalándonos aquí? “Estás enamorado de una fantasía”, le dice ella, su novia; “estoy enamorado de ti”, le contesta él. Con esta escena, la película Medianoche en París1 empieza a rodar.
La fantasía prosigue cuando Gil, el protagonista de la historia, un escritor frustrado que viaja a París con su supuesta enamorada, en un paseo por las calles parisinas se encuentra a medianoche con personalidades como Hemingway, Picasso, Fitzgerald, Dalí, Elliot, y tantos otros, en un viaje que lo revitalizará frente a la medianía cotidiana y aburrida en la que vive, y que le hará replantearse sus elecciones y su lugar en el mundo.
Ese mundo de ensueños, ese amor por París de los años 20, con los representantes de las “altas artes”, cosmopolitas, geniales, pero -ante todo- inspiradores, alcanza su máxima expresión en el encuentro con Adriana, mujer de la que se enamora, pero que es también un punto de inflexión, al expresarle, ella, su propio mundo dorado al que desearía volver: la Belle Époque. Y así podríamos suponer un infinito de imágenes inalcanzables que cada uno de nosotros crea, añora, fantasea y vuelve de vez en cuando, generando a veces un tambaleo en las escenas de la vida cotidiana; otras, un replanteo de las elecciones e, incluso, del sentido que le damos a la vida.
¿De qué se trata ese mundo dorado, inalcanzable y, como tal, agotador? ¿Cómo pensar estos fenómenos desde algunos conceptos que el psicoanálisis nos propone? Intentaré acercarme con algunos conceptos formulados por Freud y por Lacan.
El yo se constituye a través de una serie de identificaciones con imágenes provenientes de los otros; fundamentalmente a partir de una identificación con el Otro primordial, identificación primaria y constitutiva, que fijará al sujeto en una imagen unificada y totalizante, a partir de la cual se reconoce como un yo, un “tú eres eso”, un yo Ideal. El estadio del espejo propuesto por Lacan, lejos de ser un fenómeno circunstancial e histórico en el que el niño se cruza con un espejo, intenta dar cuenta de la estructura del Yo y su constitución: ese espejo en el que se mira, en el que se reconoce, le devuelve una imagen unificada, entera, que contrasta con el cuerpo fragmentado del bebé producto de la prematuración humana. Imagen dotada de una unidad que él no puede atribuir a la percepción de su propio cuerpo. Identificación ante el espejo que es clave, originaria y fundadora de la serie de identificaciones que le seguirán luego y que compondrán, vía la operación del nombre del padre y la castración, todo aquello que se admire, que se ame, que se aspire, es decir, el ideal.
Ahora bien, esa matriz del Yo, constituida por una identificación a una imagen ideal, originaria y fundante, es sin embargo profundamente alienante e ilusoria: nunca va a haber concordancia, encaje, entre ese punto ideal, que no admite matices ni valoraciones intermedias, y la percepción que el sujeto tiene de su propio cuerpo, limitado, sumido en la descoordinación motriz y la fragmentación. Lacan dirá que a ese lugar tras el espejo en el que todo va bien, donde todo funciona a la perfección, sólo podrá tenderse, a lo sumo, asintóticamente. Ese mundo que Gil crea y recrea incesantemente en sus noches de ensueño en París, es un ideal inalcanzable, podemos acercarnos eventualmente, pero sin tocarlo nunca.
El hechizo se rompe cuando Adriana le muestra que su ilusión (la de ella) está en otro lado, en otro mundo de ensueños, anterior en el tiempo al de él, y al que él no acepta viajar. El recurso al pasado que utiliza Allen puede hacernos pensar en una vuelta a ese pasado ilusorio en el que, para el niño, él era “su majestad el rey”, como señala Freud en Introducción del Narcisismo. Pero, ¿qué se rompe en ese encuentro? ¿Qué aparece en Adriana, o qué le muestra, qué hace que ya no vayan juntos en una unidad ilusoria de completitud imaginaria?
El estadio del espejo es un escrito del tiempo de la obra de Lacan en el que su exploración se centra en el orden imaginario. Sus posteriores desarrollos teóricos nos permitirán avanzar un poco más (nunca del todo) para entender la estructura del sujeto desde los registros imaginario, simbólico y real.
En el seminario X Lacan propone su gran invento, el concepto de objeto a. Retoma allí el esquema óptico y nos dirá: “no todo el investimento pasa por la imagen especular, hay un resto”2. Ese resto es el eje en torno al cual gira toda la dialéctica de las relaciones del sujeto con los objetos del mundo. En esa imagen en la que el sujeto queda capturado hay algo que no se refleja, hay un agujero, real, innombrable, indecible y no especular. Lugar vacío, algo falta en esa unidad, y ese “algo” no es algo que se pierde (tal como propone Freud en su formulación del complejo de castración) sino que falta por estructura. Agujero en lo simbólico que implica un no todo, no todo el niño es esa imagen, no todo encastra, no todo se completa. El Otro es un Otro barrado, incompleto por estructura, incompletud que sumerge al sujeto en su propia incompletud, en su propia barradura, y con la cual tendrá que arreglárselas.
Los objetos del mundo que el sujeto inviste, los objetos que tienen ese brillo y que el sujeto persigue, el sueño dorado de Gil en la película, no son otra cosa que representaciones imaginarias de esa falta simbólica, con la cual el sujeto inviste los objetos de la realidad, de su realidad fantasmática. Pero sabemos que hay allí un agujero, que nunca se alcanzará el paraíso de la satisfacción primaria, mítica, aquella en la que creímos que éramos uno con el Otro, ese agujero que puede hacer que “las cosas dejen de andar”.
La piedra en el zapato, lo que cojea. Si el psicoanálisis se propone una ética se trata de la ética del deseo. Esto es, no se trata de proponerle al sujeto, desde la posición del analista, un objeto que lo colmaría y con lo cual lograría esa supuesta unidad. No se trata de seguir engañándonos, ofreciéndole al sujeto objetos sustitutos; mucho menos de proponerse uno (el analista) como Uno, como ideal al que el sujeto tendría que alcanzar. Entonces, ¿Cómo hacer de eso que cojea causa, motor del deseo?
Cuestión clave en psicoanálisis, no hay objeto que pueda sustituir esa falta estructural. Implica entonces un desprendimiento, una pérdida. ¿No se trataría entonces del recorrido de un análisis como un duelo?


1 Midnight in Paris. EE.UU. 2011 .96 min. Dir.: Woody Allen.
2 Lacan, Jacques. El seminario de Jacques Lacan: libro 10: la angustia. 1ª ed. Buenos Aires: Paidós. 2007. Página 49
Bibliografía
Freud, S. “Duelo y melancolía”, Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1917.
Freud, S. "El sepultamiento del complejo de Edipo", Obras Completas, Ed. Amorrortu, Tomo XIX
Freud, S. “Introducción del narcisismo”, Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1914
Lacan, J. (1949) “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, en Escritos 1, Siglo XXI, 1988.
Lacan, J. (1954-1955) El Seminario de Jacques Lacan. Libro II: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1988.
Lacan, J. El seminario de Jacques Lacan: libro 10: la angustia. 1ª ed. Buenos Aires: Paidós. 2007