Narcisismo, subversión y lazo social
por Jesuán Agrazar · jesuagrazar@hotmail.com
En Introducción del narcisismo, Freud (1914/2012) extrae el término «narcisismo» de la psicopatología de la época hasta formular aquella célebre frase: “His Majesty the Baby”, acompañada de la aclaración “como una vez nos creímos” (p. 88). Así, el narcisismo pudo formar parte del desarrollo sexual regular, constituyendo el complemento libidinoso del egoísmo, propio de la pulsión de autoconservación. A propósito de esa centralidad del ego, de hecho, en El creador literario y el fantaseo, Freud (1908/2010) escribe “Su Majestad el Yo” (p. 132).
Si se tiene suerte, esa majestuosidad fundamental entra por los múltiples agasajos y elogios del Otro. Este arrope, por otra parte, intenta proteger del sufrimiento proveniente del propio cuerpo, del mundo exterior y del vínculo con otros seres humanos. Freud (1914/2012) lo dice así: “Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia no han de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él”, y añade: “realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de la creación” (p. 88). Allí Freud parece retomar la pintura de Arthur Drummond, donde los carruajes del tránsito de Londres se detienen, para que cruzara, ante una hermosísima niña aprincesada, vestida con capa y sombrero con plumas; a un lado, un policía interrumpiendo el tránsito; detrás, su madre o su gobernanta, cargando los juguetes de la niña.
No obstante, si bien el egoísmo busca la preservación (de enfermar), en algún momento se torna necesario comenzar a amar para no caer enfermo. Freud (1914/2012) sostiene que, si así no fuera, por fuerza se ha de enfermar. Es el punto en el que recibimos algunas consultas, donde -como en la letra popular- resuena: “Porque yo no quiero trabajar, no quiero ir a estudiar, no me quiero casar, quiero tocar la guitarra todo el día, y que la gente se enamore de mi voz”. Letra que dice, incluso, de un espíritu “rebelde”, de resistencia u oposición. Ahora, dado el lugar estructurante y estructural del narcisismo, de su centralidad, cual piedra angular, ¿qué tiene el psicoanálisis para ofrecer en ese giro al amor?
Nos remontamos al texto Una dificultad del psicoanálisis, en torno a las heridas al narcisismo de la humanidad. Allí, Freud (1917/2012) plantea la revolución de la creencia del hombre -de que su casa se encontraba en el centro del universo- junto al nombre y la obra de Copérnico, teniendo en cuenta sus antecesores: como los pitagóricos y Aristarco de Samos. De igual modo, otra revolución, esta vez ante la creencia de la superioridad del hombre, amo del resto de los animales, se dio junto a los estudios de Darwin, sus colaboradores y precursores. Freud (1917/2012) señala allí que las adquisiciones del hombre en la evolución “no lo capacitaron para borrar la semejanza” (p. 132). Finalmente, la revolución de la creencia de que el hombre es amo en su propia casa; donde Freud ubica que no fue el psicoanálisis el primero en plantearla, sino que le preceden numerosos filósofos, entre ellos, Schopenhauer. Encontramos en ello, pues, los nombres del padre. Una pista, allí, que nos remite a otra parte de la letra de la canción: “Y en la cabeza tenía la voz de mi viejo, que me sonaba como rulo de tambor”.
Ahora, en el Seminario 19 bis (El saber del psicoanalista), Lacan (1971) relee a Freud, al respecto, y sostiene que Freud incurre en un defecto: más que de revolución, se trata de subversión. No somos dueño de nuestra propia casa, no somos nuestro propio amo, porque el inconsciente (que es el discurso amo) nos domina. Lo que se subvierte es la relación al saber: lo que está en el centro ya no es el ego, el egocentrismo, sino un agujero. La sexualidad está en el centro de lo que sucede en el inconsciente, en tanto que es una falta. Testimonio de este descentramiento, de esta subversión, trae cada producción del inconsciente: un sueño, una palabra que sin querer se introduce en el lugar de otra, un olvido, un síntoma.
Por caso, nos detenemos en el síntoma, donde el saber se plantea en lo real. El síntoma es efecto, en la estructura, de la operatoria y la inscripción del significante del Nombre-del-Padre. Si bien, en el síntoma, el despliegue del goce fálico suele deslizar en ser el falo que completaría al Otro, en éste también encontramos el resguardo de la falta al ponerse allí lo real en cruz, haciendo que las cosas no anden en función del Amo. El síntoma repite así un fracaso, donde no hay relación sexual. En este sentido, la interpretación del analista, que apunta a la escena del inconsciente, leída en sus efectos produce una costura que a la vez realiza otra, donde toca algo del goce que parasita al síntoma. A las puertas del acto, si el sujeto se adviene, a un goce parasitario y ruinoso se ha de renunciar. La herejía del sujeto implica la inconsistencia del Otro, donde el propio tejido se hace allí donde el Otro no existe sino como un lugar. El campo del goce del Otro se delimita como el agujero verdadero.
Ante la asunción del descentramiento, la desposesión como amo en nuestra propia casa, y la inexistencia de un Otro garante, aunque con la fortuna de un espacio vacío, los pequeños otros hacen cada vez más falta en un lazo que permita seguir tejiendo una trama singular, en lo colectivo. No hay tal superioridad que borrara la semejanza, como le encontramos decir a Freud. El lazo social requiere de la deposición del narcisismo, de la reducción a su más mínima expresión posible, para dar lo que no se tiene, para hacerle lugar a la diferencia, en el otro y en uno. Más bien, es en el semejante que encontramos aquello que una y otra vez nos descentra, trayendo a veces incluso lo a-versivo que anoticia lo que nos habita en un saber no sabido. Sirviéndonos de la incorporación de “la voz de mi viejo” (como dice la canción), no es sin la membrana y la oquedad -que los otros nos ofrecen en el eco- que el “rulo” (“el rulo de tambor”) encuentra posibilidad de producirse, a fin de relanzar el movimiento en una vuelta nueva, gracias a que algo cae. Tal como Freud (1930/2012) lo planteara, en El malestar en la cultura, es en el lazo (incluso en los φίλοι {los philoi, los amigos}, como dice Lacan, 1973/2015) donde es posible encontrar algún refugio ante aquellas tres fuentes del malestar, aunque ello no es sin pasar por un duelo, que en parte toca al narcisismo.
Referencias bibliográficas
Freud, S. (1908/2010). El creador literario y el fantaseo. Obras completas, vol. IX. Amorrortu.
Freud, S. (1914/2012). Introducción del narcisismo. Obras completas, vol. XIV. Amorrortu.
Freud, S. (1917/2012). Una dificultad del psicoanálisis. Obras completas, vol. XVII. Amorrortu.
Freud, S. (1930/2012). El malestar en la cultura. Obras completas, vol. XXI. Amorrortu.
Lacan, J. (1971). Clase del 4 de noviembre de 1971. Seminario 19 bis: El saber del psicoanalista. Inédito.
Lacan, J. (1973/2015). Una carta de almor. Seminario 20: Aún. Paidós.