Moebiana74

Convocatoria

Imagen convocatoria
Fotografía: Cuerpos danzantes de Carolina Gamaler

¡El rey está desnudo!

por Silvina Naveiro · silvinanaveiro@gmail.com

Este texto surge de un entre, enlace entre dos que causa la asociación entre la convocatoria de la revista y el cuento recopilado por Andersen “El traje nuevo del emperador”1. Se sabe que el cuento surge por 1330, como un cuento ejemplificador, con un tono moralizante. Han ido variando las versiones según las épocas y las culturas, acentuando tal o cual parte del relato. Pero lo que se mantiene invariante es el develamiento de una verdad y la posición frente a ella. Quizá por eso sigue siendo de esas obras atemporales, aquellas donde Freud dice que el artista lleva la delantera porque da cuenta de la estructura.

Un vestido invisible
El cuento nos presenta al inicio al emperador, “tan aficionado a los trajes que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos”. En el comienzo, el emperador aparece cautivado por su propia imagen, que viste con estos trajes, sin poder desviar su mirada hacia un objeto de deseo más allá de sí mismo. Freud nombraba al niño como objeto narcisista de sus padres his majesty, the baby. Punto de la captura narcisista que fija ese instante de la mirada en que el niño adquiere con júbilo esta imagen, se ve con los ojos con los que el Otro lo mira, se ve en esa imagen que lo unifica, ahí donde solo era un cuerpo fragmentado. La primera vestidura será entonces esa imagen libidinal que dona el Otro a partir de que el niño se ubica en relación a su falta.
Es en este punto donde dos extranjeros se presentan en el cuento para hacer trastabillar esta complacencia tan esférica del emperador con su imagen que el pueblo aceptaba sin ningún cuestionamiento. Es muy precisa esta aparición del extranjero como aquel que desde fuera viene a romper con un goce que estaba normalizado fantasmáticamente, instalando la dimensión del síntoma.
Estos truhanes se presentan como quienes saben tejer las más maravillosas telas, “no solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos sino que las prendas con ellos confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida”. Se introduce una vacilación en la imagen, algo que descompleta porque aparece la dimensión del saber y de algo que puede no verse. Y lo que hay para ver es algo más que una imagen, se trata de tener una virtud.
El emperador inmediatamente se ve tentado a tener este traje pero algo empieza a trabarse en él: “había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo, en este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro”. Podríamos decir que en la negación “no es que temiera por sí mismo”, está dicha toda la verdad.
Y es así que envía a sus hombres de más confianza a ver la tela y ellos caen en el engaño: serán estúpidos si dicen que no la ven. Llegando al absurdo de ver lo que no se ve: y entonces en el vacío donde no había nada aparece para colmarlo una tela invisible.
Hasta el emperador llega a ver la tela y mientras posa desnudo ante el espejo piensa “¿seré tan tonto? ¿acaso no sirvo para emperador? Sería terrible”. Punto de división donde vacila su semblante y asoma la angustia. Y se dirige a su séquito “¿verdad que me queda bien?”. Y nadie osa contradecirlo, sino que redoblan la apuesta aconsejándole que lleve ese traje en el desfile del día siguiente.

¡Pero si no lleva nada!
Es la intervención de un niño la que rescatará al emperador de ese lazo enloquecido que lo exponía a desfilar desnudo ante el pueblo. Al respecto dice Lacan: “este niño ¿será un cándido? ¿será un genio? ¿un descarado? ¿un bestia? Nunca se sabrá. Seguramente, alguien muy liberador”2.
Punto en el que se revela que el montaje de la imagen es discursivo. La ilusión del vestido que es la imagen de nuestro cuerpo está sostenida por aquello que no se ve. A lo real desnudo es imposible acceder, se trata de un asunto de-nudo. La ilusión consiste si el Otro aporta el trazo que permite que la imagen se infle sobre el vacío del objeto a. La imagen narcisista con su engaño no nos permite ver que la desnudez atrae si logra evocar la falta tras el vestido, el brillo de la belleza que señala lo real en juego.
El niño denuncia que el emperador está vestido con la adulación del pueblo, confía en sus ojos y entonces se constituye como otro extranjero, pero no desde el engaño sino desde la verdad.
El emperador muere en su ley: “aquello inquietó al emperador porque pensaba que el pueblo tenía razón, pero se dijo:
Hay que seguir hasta el final
Y se irguió aún con mayor arrogancia que antes, y los chambelanes continuaron portando la inexistente cola”.
Decide terminar el desfile como si tuviera su traje, pero suponemos que algo de su narcisismo ya no funciona igual, los otros ya no le devuelven la misma imagen.

¿De qué nos reímos?
¡El rey está desnudo! Frase que sin estar en el cuento (el niño dice “pero si no lleva nada”), capta la enseñanza del mismo y nos hace reír tanto como cuando alguien está muy encumbrado en su imagen y de repente pisa una cáscara de banana y se cae despatarrado al suelo, mostrando el culo. La imagen ostentada y fija se desarma y adviene lo cómico del falo que delimita la falta, ese que cuanto más se lo oculta más se presenta. Es alrededor de esa falta que se organiza la imagen narcisista tan adorada.

Es notable como en la clínica dicha ostentación puede ser solidaria de una imagen armada con mucha dificultad, que se sostiene rígidamente porque un pequeño soplo podría desvanecerla. Es necesario haber consolidado la transferencia en el análisis para que el analizante acceda a encontrarse con el más allá de la imagen y pueda consentir a saber de la falta que lo constituye.
Es posible entonces que quizá, advertidos de la fascinación de la imagen narcisista, podamos hacerle lugar al lazo, al extranjero con la diferencia que porta y que descompleta nuestra unicidad abriendo el camino desde la falta a la causa del deseo.


1 Andersen “El traje nuevo del emperador”. En www.ciudadseva.com
2 Lacan, J. El Seminario: Libro 4 “La relación de objeto”. Buenos Aires. Ed Paidós, 1994. Pp 35-36.