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Diálogos

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Ilustración: Una danza en Saturno de Daniel Carter Beard

¿Qué podrías decirnos de las presentaciones clínicas donde dificultades relacionadas al yo, la imagen y/o el cuerpo vehiculizan la consulta?

por Walter Echeveste · echeveste62@gmail.com
Miembro fundador y Director de la Escuela Freudiana de Mar del Plata (EFmdp)

En las mencionadas presentaciones clínicas la complejidad reside en poder ubicar el lugar de lo imaginario en la estructura simbólica.
Lacan en el texto “La tópica de lo imaginario” comenta que nada puede comprenderse de la experiencia analítica, sin aludir a los tres términos, lo imaginario, lo simbólico, lo real y el intercambio recíproco con el que se presentan en un caso.
Siempre es oportuno reiterar que el cuerpo, para el psicoanálisis, no es una referencia en sí misma, ya que no tendríamos acceso al cuerpo, si no fuese porque hablamos. Y una vez que el cuerpo entra al lenguaje, sólo vamos a poder tener la llave de acceso y el discernimiento de los síntomas por la palabra.
Es por el lenguaje que el ser hablante va a ir haciendo lugar en lo simbólico, pero con la imposibilidad de poder decirlo todo y recubrir lo real.
Es probable que, una característica en estas demandas de tratamiento, sea la dificultad para poder decir, dificultad que se traslada al cuerpo como lo no simbolizado.
No obstante, ubicarnos en la escucha analítica, implica no ir más allá de lo que hay en el discurso del sujeto.
Esto me hace pensar que no es conveniente suponer lo que no está dicho y que las condiciones de un análisis hay que crearlas con un trabajo orientado hacia la puesta en juego de la regla fundamental: “Diga todo lo que acude a su pensamiento”
¿Por qué? Bueno, porque un cuerpo se efectúa por el significante. Hablar es producir significantes y es la posibilidad de que pueda advenir un sujeto.
El sujeto depende del significante, en tanto es el significante, lo que está en primer lugar en el campo del Otro. Esta es la razón por la que para el psicoanálisis el discurso es el soporte del cuerpo.
Lacan plantea que el sujeto no nos dice esta palabra que porta una verdad solo con el verbo, sino con su propio cuerpo. Una palabra que él, el sujeto, ni siquiera sabe que emite como significante, porque siempre dice más de lo que quiere decir y porque siempre dice más de lo que sabe que dice.
A partir de Lacan para entender la subjetividad de la época, necesitamos pensar el malestar como goce y la cultura en términos de lazo social.
El goce es un exceso que proviene del corazón de la falta y, por lo tanto, no hay goce sin castración. Hablar implica una privación de goce, pero a la vez el hecho de hablar se tiñe con la recuperación de un goce.
Es en el síntoma que se pone en juego algo más, el plus de goce, que es el testimonio de la pérdida de goce y una magnitud que busca la equivalencia de “eso” perdido. Considero que la apuesta en nuestra praxis equivale a intentar constituir un síntoma allí donde hay un goce, o constituir un síntoma allí donde el principio del placer no alcanzó a poner límite a ese goce.


por Liliana Donzis · lilidonzis@gmail.com
Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires ( AE - AME) Fundadora de Reuniones de Psicoanálisis Zona Sur

Narciso era un hermoso joven que despreciaba el amor. Con esta frase Pierre Grimal en su libro Mitología Griega y Romana inicia su relato sobre el apuesto griego cuya belleza no impidió los sufrimientos que inspiró.
Cuando nació Narciso sus padres consultaron a Tiresias, el adivino, quien predijo que el niño viviría muchos años si no se contemplaba a sí mismo.
El joven que no podía amar era asediado y buscado por mujeres y hombres, pero Narciso despreciaba o trataba con indiferencia a quienes se le acercaban con mirada deseante.
Eco no logró que Narciso le brinde sus favores, la ninfa cuya voz repetía la última sílaba de lo dicho entristecida se retiró a una isla, anoréxica poco a poco fue perdiendo cuerpo y presencia hasta el límite de su cuasi desaparición. De Eco solo quedó una voz lastimera que retumba en soledad.
El joven en cierta ocasión se miró largamente en un estanque y quiso besarse a sí mismo, hasta que cayó en el pozo de agua que le hacía de espejo, y se ahogó en el deleite que conllevaba su imagen.
¿Qué le falto a Narciso para poder amar?
Freud instituye un nuevo acto psíquico para establecer la instancia yoica a partir del mito de Narciso, teniendo en cuenta las investiduras libidinales propuso un enlace afectivo con el semejante. La madre nutriz marca el derrotero del amor propio y al objeto. El amor narcisista es fusional, tiende a la completud, se hace uno con el otro. Conlleva exigencias cuyo incumplimiento puede dejar devastado al yo, el duelo y la melancolía son su ejemplo.
Asimismo la primera unidad de cuerpo se produce concomitantemente con la instancia yoica, es en esta operación psíquica que se organizan las pulsiones.
El yo sitúa un pasaje desde el autoerotismo al cuerpo que se mapea en una geografía demarcada en las zonas erógenas y las fuentes pulsionales.
Ahora bien, las operaciones mencionadas por Freud son retomadas por Lacan quien desde sus primeros trabajos destaca la experiencia del espejo en relación a la mirada del Otro. Emergencia que no es sin la entrada en el lenguaje.
Lacan retoma el concepto freudiano del yo inicialmente en calidad de superficie y reflejo en el cual la mirada ocupa un rol fundamental formadora de la imagen que en calidad de percepción y reflejo se transforma en la encarnadura del cuerpo.
En su avance teórico y clínico será en el Seminario de 1961, La Angustia en el que culmina de presentar de modo definido la imagen virtual que se constituye en el pasaje por el espejo y conlleva un vacío, el objeto a guardado en el paréntesis de la imagen, i’(a), es así que el objeto a impacta como un vacío propicio para el amor, que ya no es fusión sino que está atravesado por la falta, por la castración.
El Uno de la fusión narcisista, según mi criterio, colabora en la producción de un primer enlace Imaginario-Simbólico, que constituye el yo ideal como también instituye la representación mental. En los bordes del cuerpo se sitúa lo íntimo del Otro, el sujeto puede pasar de lo íntimo del Otro a lo éxtimo.
Lacan comenta que el niño más amado es, inexplicablemente, el que la madre deja caer. La caída que devendrá falta es un factor imprescindible para la constitución del lazo social y del amor en sus diferentes dimensiones.
El amor requiere de la incompletitud, en esta reside su posibilidad de concreción, siempre fallida.
El sujeto busca en el partenaire la falta aun cuando guarde la creencia imaginaria de la completud del ser amado. Poseer lo buscado, el objeto a, es asimismo el porvenir de una ilusión.
¿Es muy osado plantear que la imagen reflejada en el estanque, en la que lo especular sin falta de Narciso es la imagen real que no culmina de transitar a la virtual por su carencia del objeto a? Narciso se confunde con el reflejo del semejante , se inclina hacia él pero falta la falta.
Las cosas del querer no son sin las operaciones del narcisismo, he ahí su vigencia, siempre y cuando anide en él la castración. En ocasiones el atravesamiento por un psicoanálisis, es lo que permite en su pasaje por la castración dar lugar al nuevo amor.


por Virginia Nucciarone (AME) · vnucciarone@yahoo.com.ar
Miembro fundador de la EFLA

Agradezco al Cartel de Publicaciones por la invitación al diálogo. Una convocatoria en cuyo fundamento se aloja una pregunta que coloca en el centro el valor de la práctica clínica psicoanalítica y el deseo del analista. Praxis de lo real que implica una orientación lógica “no-todo”. Dirección de la cura, una por una y en su singularidad.

Estas presentaciones clínicas representan un gran desafío y una apuesta ética. En la dimensión real-imaginaria de estas consultas se enraíza para el analista la pregunta por la gravedad del caso y su reverso el acto analítico. Se trata de sujetos que llegan al consultorio traídos por un familiar o derivados por un tercero, pocas veces lo hacen espontáneamente. Acuden aquejados y afectados, sumidos en un dolor de existir crónico y un profundo sufrimiento. Requieren tiempo y cautela para que se arme una pregunta y se instale una demanda analítica en transferencia, dando lugar a lo que llamamos propiamente la dimensión sintomática.

Hoy los psicoanalistas asistimos a una amplia gama de modalidades clínicas donde se presentan dificultades en relación al yo, la imagen y/o el cuerpo. Por ejemplo: desbordes pulsionales, ingestas excesivas o restrictivas de alimentos, consumo desmedido de sustancias tóxicas. Cuerpos ofrecidos como superficie de inscripción de un goce que no se liga a la palabra, autolesiones reiteradas, fenómenos psicosomáticos, afecciones autoinmunes, sensación de despersonalización, entre otras. Son pacientes que incluso llegan a poner en riesgo su vida.

En ocasiones, el sujeto monta escenas dirigidas a la mirada del Otro, muestra de acting out en acting out lo que no termina de inscribirse con eficacia en el proceso de estructuración psíquica: letra -φ (falta imaginaria de una falta simbólica), canal de caída del objeto a. Se constata el desfallecimiento de funciones estructurales y estructurantes de los Otros primordiales, peculiares fallas en la función materna (libidinización y sostén) y paterna (operación de castración y significación fálica). Bajo estas coordenadas se habilita un goce que parasita al sujeto, sin ley ni letra que oficie de borde. En este punto, retomo la pregunta que inicia esta conversación y recorto la palabra “dificultades” para aludir a la complejidad de su abordaje y avanzar en estas reflexiones. Asimismo, se producen dificultades en las operaciones lógicas alienación-separación, el sujeto no logra estar representado entre significantes y el objeto a no funciona como causa deseante. Por ello, acontecen alteraciones en la constitución del narcisismo, piedra angular del andamiaje fantasmático.

En estos tratamientos el analista inventa nuevas estrategias, un deseo se recrea y la eficacia del psicoanálisis se renueva. La forma clásica del dispositivo analítico se subvierte, se crea un espacio cuya estructura de red brinda sostén y cuerpo. Se avanza en la construcción de la trama significante para bordear un real. Un imaginario se organiza, efecto de un real-simbólico que lo anima. Las intervenciones apuntan a sostener desde lo imaginario y a alojar desde lo real, sin dejar de maniobrar con lo simbólico. La estructura del parlêtre se sostiene en el anudamiento de estas tres dimensiones RSI.

Para concluir, estos análisis funcionan siempre que se logre reconstruir la novela familiar, reanudar el tejido de identificaciones edípicas y a(r)mar una nueva trama. La apuesta se sostiene para que el sujeto se efectúe, se redistribuyan sus goces y sea posible una existencia deseante menos sufriente. Por el deseo del analista un acto de escucha deviene lectura y escritura, y el psicoanálisis demuestra allí su eficacia.