Moebiana74

Convocatoria

Imagen convocatoria
Fotografía: Cuerpos danzantes de Carolina Gamaler

Del júbilo especular a la saturación digital en la adolescencia

por Tomás Garcia · edtomasgarcia@gmail.com

"Toda mi pasión se elevará / Viéndote actuar / Tan sugerente... Uso mi flash / Capto impresiones / Me adueño así / Superficies de placer. Dejo crecer mi tremenda timidez / Gozo entregándote al sol / Dándote un rol ambivalente.
Puedo espiar sin discreción / Como un voyeur en vacaciones."
Virus, Superficies de placer (1987)


En esta ocasión, me propongo recorrer algunas consideraciones sobre el narcisismo en la adolescencia, en su articulación con el cuerpo, la imagen, la mirada y los objetos tecnológicos de la época que interrogan la clínica.
Freud introduce el narcisismo como una fase necesaria del desarrollo libidinal, donde se configura el cuerpo pulsional. Este montaje es estructural, efecto de una primera operación: la identificación primaria, el soma deviene cuerpo, cuerpo-vasija. Se trata de una identificación con lo real del Otro real, con su agujero. Sin el Otro, la pulsión no se constituye. Es en este tiempo lógico que se activa el córtex, que se corresponde al espejo cóncavo en el modelo óptico de Lacan.
Lacan, ubica el yo en el registro de lo imaginario. El estadio del espejo nos enseña que el yo se forma por identificación con la imagen unificada del cuerpo, percibida en el espejo y sostenida por la mirada del Otro. En ese momento fundante, el infans experimenta un júbilo anticipatorio frente a la forma total de su imagen, una exaltación ligada a la promesa de unidad corporal que contrasta con la vivencia previa de un cuerpo fragmentado. Esta captura especular implica una alienación constitutiva al Otro. Ese uno también viene del Otro, constituyendo el yo ideal. El yo como ficción necesaria que vela la falta estructural. El narcisismo queda así articulado al deseo del Otro y a las operaciones simbólicas que lo sostienen.
El narcisismo nuevo acto psíquico, es un tiempo lógico que estructura la subjetividad. Se juega en la respuesta a la mirada del Otro, en la alienación en una imagen y en la posibilidad —o no— de encontrar un modo singular de deseo.
De la pulsión escópica, podemos distinguir tres tiempos: mirar, ser mirado y hacerse mirar. Este recorrido implica un pasaje del sujeto desde una posición activa a una pasiva. Para que la operación de hacerse mirar sea posible, se requiere de una mediación: la pantalla, el velo que ofrece el fantasma. El fantasma, en tanto estructura, funciona como marco que tamiza la mirada del Otro. Esto implica que para que se constituya el fantasma se requiere de una articulación con la gramática pulsional.
Este velo, es efecto de las operaciones de los tiempos lógicos ligados a las identificaciones. El “Nombre-del-Padre”, operador lógico, organiza la estructura. Lacan llama inhibición a esta función en el campo imaginario, cuando el Otro se acoge al poder ordenador de ese Nombre, se inhibe de capturar por completo la imagen del niño en el fondo del espejo, es decir, de sumirlo en la densidad del goce. Su eficacia impide el uso instrumental del niño y permite que algo real de él escape a la captura especular. Solo así podrá diferenciar lo imaginario de lo real, en tanto este último, aunque recubierto por la imagen como un velo, se revela como no especularizable.
La identificación a lo imaginario del Otro real, implica que este Otro le done sus velos. Es decir, no le transmite todos sus goces al niño, sino la pantalla, el velo que ofrece el fantasma.
La metamorfosis de la pubertad introduce un real que conmueve el montaje narcisista, reabre la escena especular y convoca una nueva inscripción del cuerpo en el lazo social. El cuerpo cambia, se vuelve extraño, y la imagen especular ya no alcanza para sostener la unidad yoica. Esta transformación reactiva la lógica inaugural del estadio del espejo, pero también evidencia sus límites: el goce irrumpe allí donde antes la imagen ofrecía consistencia.
Silvia Wainsztein, retomando el esquema del ramo de flores en Lacan, señala que aparecen “nuevas flores” que ya no son comprendidas por la imagen del jarrón reflejado. El yo no logra alojar ese nuevo goce, y el sujeto queda expuesto a una posición de fragilidad. La escena especular se desborda, y se impone la necesidad de una reescritura entre los registros Real, Simbólico e Imaginario, así como de una reconfiguración entre el yo ideal y el ideal del yo.
En esta época lo digital satura lo virtual, intensifica la fragilidad narcisista. El sujeto busca consistencia en una escena saturada de imágenes idealizadas que obturan la falta y empujan al goce. Frente al espejo extendido de las pantallas, ya no hay Otro que sostenga una mirada con amor; sólo captura sin resto. Es la falta fálica imaginaria -φ, que abre un agujero en lo especular, marca de lo que el Otro no pudo apropiarse. La imposibilidad de inscribir -φ se manifiesta clínicamente en ciertos adolescentes en los que el objeto a no logra localizarse en la faz imaginaria. Sin inscripción de la -φ, nada separa al sujeto de su imagen, convertido en usuario performático, sin corte simbólico. Las presentaciones clínicas actuales están marcadas por el acting, el pasaje al acto, compulsión a la repetición que encontramos en las neurosis narcisistas o en las caracteropatías. El fantasma, estabiliza y hace de borde a los goces, permite el deseo subsista. Preservar ese resto opaco es condición para que el cuerpo, la imagen y la palabra no colapsen bajo el peso de una visibilidad total y obscena.
En este punto, la lectura del texto Virtualidad de Silvana Tagliaferro resulta fecunda para hacer una distinción entre lo virtual y lo digital.
Lo virtual, en Lacan, cumple una función estructurante. Es el modo en que lo real se representa en el campo del Otro, mediado por la imagen. Sostiene la relación con la falta y permite que el sujeto se constituya como tal, articulado por la mirada y el significante. La imagen, desde la caverna de Platón hasta los dispositivos actuales, opera como pantalla que habilita esta duplicidad imaginaria.
Lo digital, en cambio, introduce un régimen de equivalencias que aplana la dimensión virtual. Sustituye la escena del fantasma —sostenida por el objeto a como resto— por imágenes fijas, sin negatividad ni espesor. La imagen digital se impone como evidencia: pura presencia sin resto, donde el goce aparece sin mediación.
El desafío será alojar ese montaje en tránsito, intervenir allí donde la imagen digital se vuelve fijeza, y posibilitar una pérdida que reinscriba al sujeto en una lógica del deseo, y no del goce inmediato.
“Superficies de placer” retrata el narcisismo digital: apropiación sin resto, goce inmediato, imagen lisa sin falta. El flash captura sin deseo, la mirada invade sin mediación simbólica. El sujeto oscila entre mostrarse y espiar, atrapado en el fondo del espejo. La canción transmite una escena clínica actual: adolescentes expuestos a una mirada totalizante, fijados en una superficie donde el deseo se apaga en el brillo plano de la pantalla.